viernes, 5 de febrero de 2010

REFLEXIONES VARIAS


La violencia sádica de Funny Games de Michel Hanecke es la misma violencia infiltrada en tejido social de nuestro país. Prefigurada en la violencia aparentemente gratuita de A Clockwork Orange de Stanley Kubrick (1971), en Funny Games también se ejerce göttliche Gewalt en contra de la burguesía. Yendo un paso más allá que Kubrick, Hanecke explora la tortura psicológica que es actualmente el arma más poderosa de la oligarquía para causar paranoia y miedo, para paralizar la resistencia, la criticalidad y alimentar a las rampantes epidemias de apatía y cinismo. Esta violencia sádica se manifestó como poder solidificado con la publicación de la foto del cadáver semi-desnudo de Arturo Beltrán Leyva cubierto de sangre, pesos, amuletos y dólares. Esta imagen tiene un papel similar al que tuvo en la opinión pública el fenómeno de circulación mediática del video de la ejecución de Saddam Hussein grabado en su celular por un testigo de la ejecución – de recordar quién es quien tiene el poder. Estas imágenes nos llevan a los espectaculares de la ciudad de México celebrando al bicentenario que contienen representaciones de figuras independentistas y revolucionarias yuxtapuestos con retratos de la policía militar (criollizada).

La violencia sádica es la misma que ejerce la oligarquía neoliberal por medio de los productos culturales (Jumex, MAM, MUAC, Soumaya, Carrillo Gil, Soma, SAPS, etc.) que inyectan indirectamente dosis de ideología neoliberal al público. Las formas de poder dominantes le han asignado un lugar específico al arte: el de propagar modelos de sometimiento crítico y de fomentar el contagio de la epidemia de cinismo desesperado. Una vez que se desplomaron las grandes narrativas legitimadoras, prevalece la creencia dogmática de que es imposible “mover al piso;” por eso desde los ochentas no paran de emitirse aullidos colectivos ante lo sublime de las ruinas del modernismo. Prevalece también idea de que la única posibilidad que queda es navegar dentro las corrientes del mercado del arte y de la opinión moldeadas por campañas publicitarias y encuestas (como se determina el final de las películas blockbusters de Hollywood). Las formaciones de poder producen consenso por medio de la esclavización semiótica, con redundancias maquínicas y contenidos homogéneos; las formaciones de poder eliminaron la distancia entre ellas y la producción de conocimiento y de opinión: el conocimiento es poder.

De Los Ángeles a Malmö, de Nueva Delhi a Sao Paulo, de Abu Dhabi a La Havana a Lille, el poder se ejerce educando productores culturales inculcándoles la fantasía de que jeder Mensch ist potentiellerweise ein weltberümter Künstler (cada ser es un artista mundialmente famoso en potencia – la lógica enterpreneurial capturó el imaginario creativo). Para realizar su potencial recomiendan por ejemplo, aprender las lecciones de F de Fake de Orson Welles: el ser artista implica la trampa y la broma, no hay distinción entre original y copia, la función del arte es decir mentiras y la fórmula a seguir es piratearse fórmulas que ya les funcionaron a otros. Los educadores culturales tienden también a fetichizar nostálgicamente las obras de arte politizadas de antaño. La lección es que el arte político se quedó en los sesentas. Esta lección sirve para discapacitar a los alumnos para localizar las coyunturas de poder neoliberales y atacarlas, realizando las profecías de gente como Guy Debord: «La culture, devenue intégralement marchandise, doit aussi devenir la marchandise vedette de la société spectaculaire.» [La cultura, convertida integralmente en mercancía, debe convertirse también en la mercancía vedette de la sociedad del espectáculo.] ¿Qué implicaciones tiene la criticalidad reflexiva y consumible desde el nicho vedette de la sociedad del espectáculo? El lanzamiento de la versión restaurada en DVD de La Batalla de Algeria coincidió sospechosamente con el inicio de la ocupación en Irak en 2003. El hecho de que la película se convirtiera rápidamente en referencia obligada en los círculos “politizados” de arte subraya los lazos existentes entre mercado, consenso, arte contemporáneo y “política.” Seguramente que la revolución de Algeria no fue una cena, mucho menos una lección de arquitectura – habrá que preguntarle a Pontecorvo, a Jansen, a Touissant y a Chirac, a Godard, a los harkis, al FLN, a los soldados argelinos que lucharon durante segunda guerra mundial del lado de Francia y que se quedaron sin sarcófagos ni prótesis ni compensación, nación o pensiones.

Además de la violencia sadista, prevalece la violencia masoquista (traducida a la insoportable oscilación entre lástima y culpa) que se manifiesta en la estética humanitaria: De l’autre côté (2002) de la cineasta belga Chantal Ackerman y los tenis para mojados de Judy Werthein. Ambas encarnan la figura del artista neoliberal que pone su arte al servicio de las causas humanitarias y de sus egos mientras que reducen la solución de los problemas socio-económicos de México a lo inevitable y al darwinismo prostético del devenir-beduino: “Si lo logran avisen, si no lo logran, voy a rescatarlos al desierto.” Estos afanes humanitarios recuerdan la antropología neoliberal de Dias & Riedweg basada en el intervencionismo “exóticamente correcto” en tejidos sociales por medio de la arqueología (método bastante añejo), creando dispositivos (otro método sesentero) para la visualización correcta de la miseria y de la explotación neocolonial con el propósito de des-estereotipizar: fabricando marginalidad haciendo redundante al salvajismo de la exclusión económica.

Está claro que todo el mundo está sometido a una ambigua e indescifrable forma de sumisión: viviendo con la fantasía de estar políticamente comprometidos y de hablar críticamente. Mientras tanto, las prácticas estéticas redujeron al activismo político a las puestas en escena, como con los performances simulacrales de Sharon Haynes quien trabaja con la parte formal del derecho a disentir, capturando a “la protesta” formalmente reduciendo la política al lenguaje y neutralizando el potencial subversivo del teatro. Al mismo tiempo reitera la creencia ingenua de que el individuo masivo tiene ingerencia en la construcción de la opinión pública. Está claro que la “democracia” fomenta la crítica y la libre expresión con la meta de pacificar al desacuerdo; la democracia captura la expresión del desacuerdo en una esfera aislada donde no amenaza a nadie; la función del desacuerdo se convirtió en encubrir los crímenes que se perciben en esa esfera aislada como meras incorrecciones políticas domesticadas y normalizadas por medio de expresiones sensibles. Puede que esta forma extraña, ambigua e indescifrable de sumisión al sistema de artistas e intelectuales en el nuevo orden mundial se deba a que la producción cultural está atada a formas de producción corporativas lo que les hace adoptar actitudes conservadoras. ¡YA BASTA! De productores culturales obsesionados con su propia figura de entes públicos, a quienes sólo les importa moldear sus opiniones y su trabajo para navegar favorablemente en debates de actualidad. ¡YA BASTA! De la crítica de arte reducida a comunicados de prensa, a entradas de catálogos, a libros para decorar salas estilo minimalista o a textos que ilustran publicaciones de moda y lifestyle.

¿Cómo coño pensar al feminismo después y durante las muertas de Juárez y en el resto del país? ¿y en la impunidad de los asesinos? Y que mientras que la opinión pública se distrae (de nuevo) con un debate insulso sobre el matrimonio y la adopción gay, ocho mujeres se pudren en cárceles de Veracruz por haber abortado habiendo sido acusadas de “homicidio.” (Ver: La Jornada del 28 de enero del 2010). ¿Qué relación tendrá esta equizofrenia Panista con la fijación de Occidente con la ablación de clítoris y con el broadcasting de las cirugías estéticas de mujeres que quieren ajustar su cuerpo a los estándares de moda? ¿Y con la propuesta de legislar la prohibición de la burqa y el niqab en los espacios públicos en Francia en nombre de la identidad nacional? ¿Y su prohibición en albercas y escuelas? […]

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