"Recientemente, algunos criminales nihilistas han matado al azar a miles de habitantes de Nueva York. Este crimen mismo es uno de los avatares de la patología imperial contemporánea. Es el ineluctable desencadenamiento de lo bárbaro inspirado contra lo imperial saciado. Es el reverso terrorista del omni-terror estatal, comparte con él la aberración violenta, el recurso financiero, el desprecio de todo pensamiento. Si, el infernal crimen contra Nueva York, Nueva York la admirable, una de las raras bellezas cosmopolitas del corazón del imperio moderno, revela donde estamos con relación al interminable crepúsculo del infierno.
Ahora bien, basta acordarnos de Roma para saber que un imperio solitario y decadente dispone al arte en dos direcciones. Por un lado, una suerte de celebración a bombo y platillo de su propio poder, una ebriedad representativa mórbida y repetitiva, propuesta al pueblo como un opio para su pasividad. Son los juegos de circo, de los cuales hoy el deporte profesional y la industria cultural, ya sea musical o fílmica, nos proponen su estricto equivalente. Este género de divertimento trabaja al por mayor. A los supliciados y los gladiadores de la arena hoy corresponde el comercio de los deportistas dopados y los colosales presupuestos mediáticos. Este es el arte pompier, que hace de la potencia fúnebre del Imperio el material de juegos y ficciones cada vez mas alegóricos y ampulosos. El héroe natural de ese arte es el Asesino, el serial killer torturador. En suma, el gladiador perverso.
En la otra dirección, una sofisticación magra, ella misma trabajada por una especie de exceso formalista, trata de oponer a la masividad pompiére el discernimiento untuoso y la perversidad sutil de gente que puede, sin sufrir mucho por ello, pretender retirarse de la circulación general. Este arte es románticamente taciturno, anuncia la impotencia y el retiro como delectación nihilista. Se reclama de buena gana de los grandes bosques, de las nieves eternas, de los cuerpos flexibilizados por alguna sabiduría nativa u oriental. Pero este arte es igualmente del Imperio como el arte pompier, cuando hacen pareja las trompetas de circo y los epigramas deliciosamente obscenos de Marcial. O incluso como hacen pareja la retórica llameante de los generales y la prédica ascética de los cristianos de las catacumbas.
La desolación multiforme del arte contemporáneo le viene de eso que él es, en completa simetría con el arte pompier del comercio grafico masivo – la publicidad de los perfumes –, un formalismo romántico.
Formalismo, por el hecho de que una sola idea formal, un solo gesto, una sola artesanía mortífera, son considerados como soportando la diferencia de la serie comercial. Romántico, por el hecho de que cada vez se juega de nuevo, aunque en un anonimato creciente, la escena de la expresión inaudita, de la puesta en escena, supuesta sublimemente singular, de las particularidades étnicas o yoicas. Romántica por el hecho de que la energía del cuerpo es supuesta salvadora respecto de la descarnación conceptual. Así retornan, pero esta vez sin milagro, en el tedio de gestos exactos, ya sea el encadenamiento del arte al propósito redentor, ya sea el arte como exposición sufriente y radiante, de la Carne, el arte como instalación final de la finitud.
En verdad, el formalismo romántico es desde siempre la orientación artística apropiada a la dominación imperial instalada. Y es así como es nuestro tiempo: el del Imperio único y multiforme, que integra por primera vez la casi totalidad de la especie humana en la distribución de su fortuna y de su poder. Si, nuestro tiempo es el del Imperio único, y del consenso que se hace alrededor de él bajo el extraño nombre de “democracia.” Ahora bien, todo imperio es desesperado, nihilista, porque no propone a la multiplicidad humana más que la absurda perpetuación de su orden obsceno. Por ello la subjetividad artística que induce es la de ese nihilismo y de esta obscenidad. Se trata de formalizar la sublime desesperanza del cuerpo librado al goce imperial. Ya Lenin observaba que en los periodos en que la actividad política y revolucionaria es muy débil, lo que produce la triste arrogancia del imperio es un combinado entre misticismo y pornografía. Eso es lo que, en forma del vitalismo romántico formal, nos sucede hoy. Tenemos el sexo universal, y tenemos la sabiduría oriental. Una pornografía tibetana, he aquí lo que cumpliría el anhelo del siglo agonizante."
Alain Badiou, “Esbozo para un primer manifiesto del afirmacionismo,” El balcón del presente, México, Siglo XXI, 46-48.
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