miércoles, 29 de agosto de 2018

El futuro es hoy. ¿Y ahora qué? Llamado urgente a ejercer la imaginación radical






Hoy, los Ciudadanos mexicanos sentimos que el dogma del sueño democrático cuya gramática política está basada en los siguientes significantes: democracia, elecciones, pobreza, libre mercado, crecimiento económico, corrupción, narcotráfico, impunidad, gobernabilidad, redistribución del ingreso, nos ha liberado. La “coyuntura”[1] del momento está determinada por el cincuenta aniversario del movimiento y represión estudiantil del 1968, lo cual marcó el nacimiento de nuestra “sociedad civil disidente” y por lo tanto, el inicio de la transición del autoritarismo a las elecciones democráticas. Después de cuatro elecciones, “ganó por fin por quien votamos”, marcando un momento de ruptura en el que creemos tener un líder que nos permitirá salir del pantano. La coyuntura también está determinada por la percepción del fracaso del crecimiento sostenido y por el hecho que casi toda la infraestructura Estatal y propiedad federal están privatizadas o concesionadas. Además, en los dos últimos sexenios han incrementado los impuestos a la clase media, se ha disparado el precio de la canasta básica y energía (en proporción a su declive en calidad) encareciendo la vida en general, al tiempo que se han extendido las exenciones de impuestos a corporaciones y trasnacionales. De ahí a que tenemos un gobierno rico, por corrupto, y legítimo  -- legitimado por la sociedad civil en las urnas –, que está empañado por la violencia descrita por muchos como una guerra civil interminable, y por varias crisis sociales y medioambientales entre las que destacan: Río Sonora, Atenco/AICM, Ayotzinapa.

Fuente: sinembargo.mx

Antes de las elecciones, surgieron dos publicaciones que buscaron diagnosticar y hacer propuestas para el futuro del país desde los polos opuestos del espectro de sensibilidades políticas. En ¿Y ahora qué? México ante el 2018 editado por Héctor Aguilar Camín (et.al.), contribuyen voceros y consejeros del poder constituido (egresados o docentes del ITAM, tecnócratas e intelectuales veteranos que colaboran con el Estado dando propuestas como Jorge G. Castañeda o José Woldenberg). El libro plantea los problemas que encara el México contemporáneo y propone un mapa de acciones posibles para resolverlos. Por su parte, los contribuyentes a El futuro es hoy, editado por Rafael Lemus y Humberto Beck, tienen estudios académicos en el extranjero y se posicionan desde el “poder constituyente” para apelar a la razón utópica y oponerse a la razón tecnocrática[2]. Si el “poder constituido” expresa la “razón pragmática” para adecuar las estructuras y fuerzas del país a las necesidades del mercado global, el “poder constituyente” busca a la imaginación radical y utópica para elaborar imágenes ideales de la sociedad sugiriendo un  nuevo vocabulario político para el futuro de México: “equidad,” “autonomía,” “comunidad” y “lo público”.[3]
Desde el punto de vista de los autores de ¿Y ahora qué?, el problema de principal en México es la corrupción y la consecuente debilidad de su Estado de derecho, la baja calidad de los gobiernos y de la seguridad pública, la falta de crecimiento económico ligada a la persistencia y aumento de la pobreza y desigualdad[4]. Esta visión alineada con el paradigma del desarrollo, pugna por el crecimiento económico y por enderezar las instituciones y evacuar la corrupción para lograr una mejor repartición de la riqueza. Según Aguilar Camín, “México ha sacado la mitad del cuerpo de las aguas del subdesarrollo”, y el problema de la persistencia del subdesarrollo es la corrupción sistémica, que afecta desde la competencia y precios en el mercado, la recaudación de impuestos, la calidad de los servicios públicos, las elecciones, hasta la confianza en las instituciones y en la democracia[5]. En pocas palabras, los mexicanos somos corruptos por naturaleza y eso hace que México siga en situación de atraso. Las soluciones residen en legislación adecuada, reforzar y crear instituciones para impartir justicia imparcial, procesos judiciales correctos, juicios morales. En un Estado en el que las leyes se cumplan y las  instituciones públicas tengan la fuerza suficiente para contener a los criminales más violentos, el ideal tecnócrata es: “lograr gobernabilidad con un mínimo de represión y propiciar el crecimiento económico”[6]. Desde la perspectiva que el Estado es incompetente (o fallido), se necesita que el gobierno tenga la capacidad de resolver problemas públicos, garantizar infraestructura moderna, brindar seguridad social, salud y educación de calidad, reducir la violencia, la propiedad y la libertad de las personas[7]. Otro de los autores sugiere que la cuestión del narcotráfico y seguridad de Estado se pueden solucionar con la despenalización del comercio y consumo de drogas en México y Estados Unidos. Bajo esta lógica, su prohibición las hace más caras y que se genere violencia[8], por lo que legalizarlas implicaría acabar con la violencia crónica que se debe a conflictos territoriales entre mafias y organizaciones criminales en Guerrero, Michoacán, Morelos, Chihuahua, Jalisco, Nuevo León. Parte del problema es que los acuerdos con las autoridades, garantizan la impunidad de los grupos criminales[9]. Igualmente, para Beatriz Magaloni, la violencia en México está estrechamente ligada a la debilidad del Estado y a la falta de un sistema legal efectivo. Como consecuencia, comunidades enteras a lo largo y ancho del país viven aterradas bajo el yugo de grupos criminales que controlan sus territorios y de policías inefectivos coludidos con los grupos criminales[10]. La solución que propone para recuperar el control de los territorios del crimen organizado es establecer instituciones sólidas y programas de pacificación tipo el del gobierno de Medellín o el del BOPE en Brasil estableciendo programas de prevención de violencia y prosperidad comunitaria.
Detrás estas perspectivas, sin embargo, se perpetúa el eterno mito de “los dos Méxicos”, explicando la disparidad por falta de educación, legislación, oportunidades e infraestructura, las cuales no hemos logrado franquear debido a la percibida corrupción endémica del país. En este esquema, la pobreza se considera como efecto de la falta de crecimiento económico, de dependencia del exterior, y la culpable de socavar la cohesión social. Las soluciones que se plantean son: combatir la corrupción e implementar planes de desarrollo invirtiendo en educación, infraestructura y producción. Para solucionar el problema del crecimiento económico del país, Valeria Moy propone azuzar el dinamismo comercial invirtiendo en carreteras, trenes de alta velocidad y líneas marítimas comunicadas con puertos en Estados Unidos y enfocar la inversión e infraestructura a la “vocación” natural económica de cada Estado, es decir, en lo que sean más productivos[11]. Al mismo tiempo, plantea al gas natural como una de las fuentes de energía más importantes de México y que por lo tanto, es imprescindible hacerlo disponible por todo el país, para atraer inversiones e impulsar la industria; inclusive plantea la construcción de ductos de gas natural como prioridad nacional[12]. Finalmente sugiere mejorar la infraestructura agroindustrial y continuidad con la propagación del modelo de las Zonas Económicas Especiales, o regiones geográficas con leyes económicas más liberales que las leyes económicas normales de un Estado (menos impuestos o no impuestos en exportación, flujo libre de capital, sin mínimo de horas laborales, etc.) para  aumentar la inversión extranjera. Para que las ZEEs funcionen, desde su perspectiva, es indispensable que reine el Estado de Derecho, ya que: “De nada servirá tener el puerto más eficiente del mundo, con la mejor tecnología o la mejor carretera, si éste puede ser bloqueado por manifestantes a la menor provocación, impidiendo el paso de personas, insumos o productos”.[13]
Sintomáticamente, en los diagnósticos y propuestas de ¿Y ahora qué?, fenómenos como Los Zetas, los huachicoleros, los Caballeros Templarios, las policías comunitarias, los movimientos de resistencia contra la extracción, despojo y megaproyectos por todo el país, son homogeneizados y puestos en la misma canasta que conjuga al “crimen organizado” con “falta de Estado de Derecho”. Lo que es más, no toman en cuenta cómo la presencia de mineras y megaproyectos han afectado al tejido social (destruyéndolo, desplazando a miles de indígenas y mestizos sus tierras) y a las instituciones (haciéndolas porosas), y cómo las privatizaciones y la liberalización del mercado han cambiado radicalmente la función del Estado – ahuecándolo, despolitizándolo y transformándolo en el administrador de los recursos del país. Y precisamente el punto ciego de los tecnócratas, para quienes la gente, el territorio, la tierra, los comunes, son abstracciones aparentemente al servicio de los mercados globales, es su omisión o ignorancia de los patrones visibles de violencia en el país. Según varios periodistas y académicos, las formas de violencia que se ejercen en México desde 2006, constituyen una nueva forma de paramilitarismo y contrainsurgencia subcontratados que están beneficiando al sector privado y corporaciones trasnacionales. Es decir, organizaciones criminales como Los Zetas o Guerreros Unidos son el vehículo a través del cual los intereses económicos del Estado y de las corporaciones están siendo asegurados[14]. De acuerdo con Dawn Paley, la guerra contra las drogas es en realidad una forma intensificada de “doctrina de shock”[15] que toma las formas de una guerra civil y de la práctica contrainsurgente de la desaparición forzada[16], para generar pánico y terror en la población y desplazar poblaciones urbanas y rurales generando cambios en la propiedad de la tierra facilitando la explotación de recursos[17]. Bajo esta lógica, no se trata de un “mínimo de represión” ni de “mantener el Estado de derecho” para lograr conectar los flujos de capital del territorio mexicano al resto del planeta. Se trata de grupos armados atacando a los ciudadanos con el objetivo de reforzar su control de los territorios y perpetuar el terror ejerciendo una forma de “limpieza de territorio” para facilitar proyectos de infraestructura y extracción de recursos por corporaciones trasnacionales y privadas. Un ejemplo donde se observa claramente este patrón es la zona de la Cuenca de Burgos, que abarca Nuevo León, Coahuila, Tamaulipas y el Norte de Veracruz, cuyo subsuelo contiene la cuarta reserva mundial de gas esquisto –conectada con la del subsuelo de Texas – y que es un territorio controlado por completo por los Zetas y donde se observa el patrón de extorsión, desaparición forzada, violencia, creación de pueblos fantasmas e instalación de compañías de extracción de gas esquisto. Federico Mastrogiovanni describe cómo muchas empresas trasnacionales que extraen hidrocarburos a nivel global, están utilizando la técnica de apoyar gobiernos autoritarios para generar o difundir un alto nivel de violencia y terror que resulta en desplazamiento forzado de las poblaciones que viven en zonas ricas en hidrocarburos. En el caso concreto de México, instituciones no hacen nada por resolver los casos de desaparición o extorsión, y de acuerdo con Mastrogiovanni, vivimos en una situación genocida. No hay más que teclear en el buscador de internet: “San Miguel de Aquila”; “Valle de Juárez”; “El Porvenir”; “Práxedis”; “Carrizalillo”, y toda la información y testimonios están allí.
Claramente, las agendas económicas son las fuentes de conflicto en la nueva guerra sucia/civil en un México gobernado por un sistema de expertise despolitizado incapaz de dar cuenta de la tensión entre los dos aspectos  de la modernidad que lo gobiernan: la interacción dinámica entre los individuales que desean y producen y se auto-regulan en el mercado y las distintas formas de control, corrupción y limpieza social necesarias para que lo anterior sea posible.


Grafiti del centro de Oaxaca. Crédito de foto: Miguel Ventura

De este modo, el “México otro” del imaginario político de los autores de ¿Y ahora qué?, funge como recurso para ser explotado a partir de la fantasía o propaganda de haber territorios despoblados con recursos ilimitados y mano de obra barata desarraigada y dispuesta (o convencida por el ejercicio “mínimo de Estado de derecho”) a reconvertir sus formas de vida y de ganarse la vida en base a las demandas del mercado global. Desde esta perspectiva, el capital es la única forma de valorar los territorios: como megaproyectos y a través del lenguaje de la extracción y desarrollo, enmarcados por narrativas avocadas a la producción de plusvalía a corto plazo. De allí que la pobreza se conciba como “falla” económica y social, siendo que “los pobres” en su mayoría indígenas, se conciban bajo una lógica que es coherente con el papel que han tenido siempre en la concepción de México como colonia, y luego como Estado-nación. Además, el hecho de que la gramática que determine las propuestas políticas de los autores de ¿Y ahora qué?, se base en: “democracia”, “prosperidad”, “desigualdad”, “lucha contra la corrupción”, oscurece un factor clave para entender nuestra realidad actual. Que no es que el neoliberalismo incremente la desigualdad, sino que de facto, crea poblaciones redundantes que luchan por su sobrevivencia ya que son más valiosas para el capital al ser eliminadas y despojadas que explotadas en el mercado laboral[18]. Finalmente, en la mayoría de los ensayos de ¿Y ahora qué?, la solución a los problemas del país es instaurar una variedad de mecanismos para acabar con la corrupción y la impunidad. Sin embargo, de acuerdo con Alejandro de Coss, uno de los contribuyentes a El futuro es hoy, la solución tecnócrata al problema de la corrupción en realidad no es la de transformar las condiciones de producción y desigualdad en las que ocurre la corrupción, sino que la finalidad de combatir la impunidad es que el desarrollo capitalista pueda por fin brindar la prosperidad y modernidad que nos promete[19].
            Desde el punto de vista de del “poder constituyente” en El futuro es hoy, los diagnósticos y propuestas son indisociables de imágenes ideales de la sociedad dibujadas por un horizonte de pensamiento teórico[20]. Para Beck y Lemus, la primacía de la teoría sobre la práctica implica nombrar y así anunciar un horizonte utópico con una nueva gramática política estructurada por encarnaciones del futuro basadas en: “igualdad”, “autonomía”, “equidad”, o “comunidad”, “lo público”. Sin embargo, con tanta promesa de utopía, no pude sino decepcionare al toparme con ensayos más de diagnóstico y crítica que de verdadera imaginación radical, y con varias propuestas similares a las tecnocráticas de ¿Y ahora qué?. Ambas publicaciones tienen inclusive el mismo formato de resumen en puntos enumerados en un encuadre al final de cada texto. Por ejemplo, Mario Arriagada Cuadriello propone “democratizar la democracia”, que supone distribuir mejor los programas sociales a lo largo del país, universalizar las políticas sociales básicas, garantizar igualdad de oportunidades, limitar el gasto social hiperfocalizado, cobrar impuestos a la herencia y acabar con la partidocracia y la impunidad[21]. En pocas palabras: el combate a la corrupción, que se percibe como traba a la democracia, y que además se puede arreglar con apertura hacia nuevos experimentos políticos y con la reconstrucción de un pegamento nacional[22]. Con respecto al papel de la cultura en el México imaginado por ambas publicaciones, me sorprendí al detectar una nostalgia común por el nacionalismo y la insistencia en encontrar formas simbólicas para incitar la cohesión nacional. Próximamente, la cultura se dejará de concebir como instrumento para resarcir al tejido social a nivel micro (lo que yo llamo: “contrainsurgencia subcontratada”), sino como un remedio a nivel macro para brindar una vida cultural original y distintiva ante la homogeneización de la producción cultural mexicana traída por la globalización. Otra propuesta que coincide en ambos textos es la de brindar una renta básica como solución a la inequidad, o el énfasis en la necesidad de un nuevo tipo de Estado de Bienestar. Luis Ángel Monroy, por ejemplo, apuesta por “una sociedad en que todas las personas tengan acceso a las mismas oportunidades”; y “cerrar la brecha de infraestructura entre el sur y el resto del país”[23], que son propuestas muy cercanas a las de los tecnócratas de ¿Y ahora qué?.
            Más allá de plantear a la corrupción como el problema central del país, Alejandro de Coss acierta en plantear como imperativo poner al centro de la discusión del futuro de México no sólo las condiciones generales de trabajo sino la insostenibilidad del modelo de producción[24], que es la causa principal de la devastación medioambiental y crisis social y política del país. Y más allá de reconocer y reparar el daño hecho a las comunidades de la Zona de Lerma, las adyacentes al Sistema Cutzmala y al Valle del Mezquital que han sido destruidas para proveer agua en la Ciudad de México, también es indispensable reconocer la dinámica de las zonas de sacrificio. Es decir, que el capital asigna territorios y poblaciones para ser destruidos en aras del bienestar de las poblaciones privilegiadas. Por eso, es indispensable reconocer el papel que está jugando el crimen organizado en garantizar el actual proceso de extracción por despojo por todo el territorio nacional, y luchar colectivamente por la reversión de los decretos sobre aguas firmados por Peña Nieto en junio de este año, su ley de hidrocarburos, la reforma laboral, la ley de seguridad interior, etc.


Grafiti en Oaxaca, crédito de foto: Miguel Ventura

Ello para garantizar acceso al agua y seguridad alimentaria y la continuidad y arraigo de las diversas formas de vida del país. Por eso es atinada la propuesta de Fernando Córdova Tapia, de plantear a agroecología como solución a la crisis medioambiental, considerar a los socio-ecosistemas como unidades complejas e indivisibles, la comercialización justa de productos, proteger la riqueza biocultural de México y cumplir la libre determinación de los pueblos sobre sus territorios (los Acuerdos de San Andrés, firmados en 1996)[25]. Pero como en varios de los ensayos del libro, Córdova Tapia brinda una lista de deseos sin soluciones concretas, dejando preguntas al aire como: ¿Cómo desmantelar la red de agroindustria/megaproyectos/proyectos de extracción para replantear la sustentabilidad del país y la seguridad alimentaria desde la práctica de la agroecología? ¿Cómo tejer lazos de solidaridad sin precedentes entre ciudadanos en enclaves urbanas con las poblaciones que están siendo destruidas en aras de sus propios privilegios? Es por eso que si Eduardo Santana y Sergio Graf denuncian la esquizofrenia del Estado en la protección medioambiental, explicando cómo los planes parciales municipales, los ordenamientos ecológicos territoriales y las manifestaciones de impacto ambiental, no han cumplido los objetivos para los que fueron creados[26], queda claro que no es que no seamos capaces de cambiar la legislación, frenar la corrupción o proponer alternativas. Lo que ocurre no es que el Estado no funcione, sino que su razón esquizofrénica le da justamente continuidad a las políticas neoliberales que se implementaron desde hace más de 20 años para el campo mexicano. Por ejemplo, con la firma del TLC no sólo se disolvió la propiedad ejidal en el artículo 27 de la Constitución mexicana, sino que el mercado mexicano de maíz lleva más de 20 años monopolizado por Maseca, Minsa y Cargill. Como consecuencia, es bien sabido que millones de pequeños productores de maíz no pudieron competir contra ellas, abandonaron la milpa y buscaron trabajo fuera de sus comunidades. ¿A quién le va a interesar ejercer la agroecología si los campesinos han cortado de tajo su lazo con la tierra?
            Yásnaya Gil subraya también la esquizofrenia del Estado en cuanto a su política con los pueblos llamados “indígenas”. Describe cómo pesar de reconocer su autonomía y libre determinación, el Estado sigue considerando su territorio como “propiedad federal” y por lo tanto, sujeto a su disposición y vulnerable a ser sacrificado para megaproyectos y proyectos de extracción, que precisamente violan la gestión y la propiedad comunal de los territorios de los pueblos originarios (sabemos que el derecho a consulta sobre el uso del territorio es una mera formalidad)[27].  Gil propone entonces, que la población “indígena”, se de a la tarea primero, de escapar de la trampa del Estado moderno que la ha homogeneizado; de ahí, crear formas de identificación que no pasen por el Estado-nación, tener representantes directos sin partidos políticos y sistemas de salud y educativo propios[28]. En fin, que el Estado, más allá del nuevo indigenismo multicultural que ha borrado la historia ininterrumpida de violencia colonial, no sólo los reconozca cultural, sino políticamente, llegando a establecerse en su seno  una confederación de naciones autónomas[29].



 En el contexto de la actual “coyuntura”, es incierto si el gobierno de México por venir será el de un tlatoani que sabe – por transferencia – lo que el país necesita para sacarnos de el pantano, o si en realidad, será la versión mexicana del gobierno de Barack Obama: el rostro amigable, liberal, populista detrás del cuál la oligarquía y corporaciones siguieron teniendo concesiones de impuestos, siguieron floreciendo capitalismo financiero, el extraccionismo y las guerras en Medio Oriente, y que inició una ola de deportaciones masivas de migrantes sin papeles sin precedentes. En el caso Mexicano, podemos temer por un capitalismo absolutista con valores asiáticos barnizado con políticas de izquierda populistas.
Hay que considerar también que, por varias razones, la realidad dibujada en ¿Y ahora qué? y en cierta medida, en El futuro es hoy, y la realidad, están completamente disociadas, como lo están la realidad en la vida urbana y la realidad de la vida en el campo. Entre ambas realidades, hay un hueco cavado por la falta de consideración de los patrones de violencia y despojo que acechan el país. La disociación de las realidades, se debe a un doble movimiento en el que la hegemonía cubre verdades mientras que envía mensajes (in)directos a la ciudadanía. Es decir, el poder selecciona y excluye los eventos que le dan estructura al presente que percibimos. Luego aplica una posibilidad de realidad entre muchas y al mismo tiempo, excluye e invisibiliza otras. La manera en la que este mecanismo opera está ilustrado por el caso de los 43 estudiantes desaparecidos de Ayotzinapa: Mientras que el Estado se esforzó en establecer una “verdad histórica” en la que el culpable resultó ser el crimen organizado, la realidad de la desaparición forzada de los estudiantes (que fueron alumnos de la misma escuela donde se graduó el líder guerrillero Lucio Cabañas) es un mensaje claro (aunque invisible) de contrainsurgencia – ejecutada por milicias paramilitares – contra jóvenes estudiantes politizados que habitan en el Triángulo de Oro en Guerrero donde se encuentra Los Filos, la mayor minera en el país.
Hay que considerar también que a nivel global, estamos pasando por la transición de la era del neoliberalismo de Thatcher al de Trump. Uno de los gestos que define esta transición ocurrió en noviembre del año pasado en la Cumbre de Cambio Climático de las Naciones Unidas en Bonn, cuando el gobernador de California Jerry Brown les dijo a los manifestantes indígenas exigiendo parar la extracción ilegal de gas esquisto de sus tierras: “Let’s put you in the ground” (su consigna es “Keep it in the ground”)[30]. Claramente están operando a nivel global nuevos esencialismos utilitarios que van de la mano con la pérdida de tolerancia e inclusividad como la justificación pública del darwinismo social y de la acumulación por desplazamiento forzado y despojo. Así, se está estableciendo una nueva cartografía neoliberal global basada en la competencia de “todos contra todos” por el éxito en el mercado a través de una guerra civil planetaria. En otras palabras, la era de Trump implica una ola imparable de extraccionismo y acumulación por despojo, mientras que las élites que se benefician de esta economía basada en la explotación de hidrocarburos really do not care. Estará por verse cómo ésto se manifiesta en México.






Melania Trump usando una chamarra de Zara con la leyenda “I really don’t care, do you?” en una visita a un refugio de niños migrantes en Texas en junio pasado.

Tal vez el hecho que tengamos un gobernante por el que hayamos votado, sea la forma de propaganda del Siglo XXI: en vez de ser una fórmula de nacionalismo copiada a la Alemania nazi, ahora se diseña de nicho. En ese sentido, la presidencia de Enrique Peña Nieto puede verse como un fallo estratégico de desconocimiento de “lo que quiere el pueblo”: no un burdo presidente salido de Televisa, sino un presidente afín al ideal de transición democrática, resultado del funcionamiento adecuado del sistema electoral que reemplazó al monopolio autoritario del PRI, y a la sociedad civil que tiene un espacio para denunciar la corrupción y exigir soluciones para cerrar la brecha de desigualdad que impera en el país. Sin embargo, desde los años ochenta, los objetivos colectivos son definidos en México en términos “técnicos”: inflaciones, control de inflación, eficiencia, productividad, tipo de interés, índices en la bolsa de valores, crecimiento económico, como si fueran herramientas para alcanzar fines sociales y políticos.[31] Esta tecnocratización, aunada a la privatización y a las concesiones de la infraestructura y servicios públicos, son la causa de la creciente vacuidad del Estado, que se haya convertido en un holograma. En nuestra democracia, el mercado es más poderoso que las elecciones. A ello se debe la imposibilidad de acabar con la corrupción a pesar de la aplicación de leyes progresivas y de cerrar la brecha de la desigualdad, a pesar de los programas de gobierno (incluyendo de crédito barato, renta básica, nuevas formas del estado de bienestar, etc.).
            Así, mientras más credibilidad vaya perdiendo el orden social, más militarizará el gobierno al país; mientras se sigan privatizando o retirando las instituciones públicas, habrá más vigilancia; mientras menos respeto sigan inspirando las autoridades, más tratarán de mantenerlo por medio de la violencia combinada con el dogma del triunfo de la democracia. De allí que el denunciar la ineficacia del gobierno – por corrupción e ineficiencia – sirve como elemento de aglutinación de la sociedad civil, que en vez de exigir el cese del despojo, explotación territorial y catástrofe medioambiental, se une para exigir que el gobierno “funcione”. Sin embargo, lo que debe aglutinar a la sociedad civil no es la indignación contra el gobierno, sino el saber que el resultado del modelo del capitalismo desarrollista son guerras civiles e irreversibilidad del cambio climático y sus efectos. Saber que todo megaproyecto es una catástrofe medioambiental y social originada en el despojo genocida del territorio en continuidad con el desmantelamiento masivo de la sustentabilidad del campo mexicano. Que el orden neoliberal global es una máquina para generar formas de urbanización extrema enraizadas en la desigualdad; que la violencia en el país debe de ser mirada a través del lente de la continuidad de la guerra sucia contra la guerrilla en México desde los 1960s en Michoacán, Guerrero, Chihuahua que ahora incluye métodos para infringir y maximizar el terror como decapitación, desmembramiento, secuestro en masa, coches-bomba, bloqueos, ejecuciones, disolución de cuerpos. Y que hoy, el secuestro, extorsión, tráfico humano y de armas, huachicoleros, venta de acero, son frentes de negocios ilegales tolerados por las redes de complicidad entre redes criminales, políticos, autoridades federales y compañías trasnacionales. El saldo oficial de la “Guerra contra las drogas” es de cien mil muertos y veintisiete mil desaparecidos. Decenas de miles de ciudadanos se han convertido en refugiados internos u obligados a salir del país. Ante este panorama, ¿Cómo asegurar los derechos del mundo natural y de los pueblos “indígenas”? ¿Cómo derrocar la tiranía del 1%? ¿Cómo garantizar las condiciones para la reproducción material y simbólica de la vida colectiva en condiciones de amenaza y despojo? ¿Cómo sustituir redes de competitividad en los mercados por tramas de interdependencia y sustentabilidad en los territorios? ¿Cómo lograr una confederación de territorios autónomos sin que la idea cause pánico generalizado?
El poder o el gesto constituyente – y más en teoría – no funciona si se quiere ocupar el complejo corporativo Santa Fe, la obra del aeropuerto en Atenco, supermercados, las bodegas de la central de abastos, containers transportando mercancías, granjas agroindustriales… ¿quién los querrá tomar y para qué? Estamos viviendo en el cadáver del capitalismo que comienza a pudrirse. Las hegemonías están rotas. Los indígenas desertando del proyecto de nación existen de verdad. Sólo la verdadera imaginación radical podrá traer un cambio de paradigma, de una economía basada en la utilidad de la tierra, a la organización política que apueste por la vida a partir de derechos de autogestión sobre el territorio, inclusive áreas urbanas.



Fuentes

·      Franco ‘Bifo’ Berardi, Futurability: The Age of Impotence and the Horizon of Possibility (London and New York: Verso, 2017).
·      Comunalidad, tramas comunitarias y producción de lo común: Debates contemporáneos desde América Latina, Raquel Gutiérrez, Coordinadora (Oaxaca: Pez en el Árbol, 2018)
·      Guadalupe Correa-Cabrera, Los Zetas: Criminal Corporations, Energy and Civil War in Mexico (San Antonio: University of Texas Press, 2017)
·      Ashley Dawson, Extreme Cities: The Peril and Promise of Urban Life in the Age of Climate Change (London and New York: Verso, 2017)
·      The Invisible Committee, Now (New York: Semiotext(e), 2017)
·      Federico Mastrogiovanni, Ni vivos ni muertos (México: Grijalbo, 2014)
·      Movimientos armados en México, siglo XX Vols. 1-3, Verónica Oikión Solano y Marga Eugenia García Ugarte, Editoras. (Morelia; El Colegio de Michoacán  CIESAS, 2009)
·      Al-Dabi Olvera, “Atenco, la última batalla por el lago de Texcoco,” La Jornada, 5 de mayo de 2018, disponible en red: http://www.jornada.unam.mx/2018/05/05/opinion/016a2pol
·      Dawn Paley, Drug War Capitalism (Oakland: AKA Press, 2014)
·      Wolfgang Streeck, How Will Capitalism End? (London and New York: Verso, 2017)
·      Luis Villoro, Ensayos sobre indigenismo: Del indigenismo a la autonomía de los pueblos indígenas, ed. Ambrosio Velasco Gómez (México: Biblioteca Nueva, 2017)
·      Oswaldo Zavala, Los cárteles no existen: Narcotráfico y cultura en México (México: Malpaso, 2018)








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[1] Concepto opinionístico que deberíamos repensar por inefectivo y simplista.
[2] Introducción de El futuro es hoy, Humberto Beck y Rafael Lemus, Editores (Madrid: Biblioteca Nueva, 2018), p. 11.
[3] Ibid., p. 15.
[4] Héctor Aguilar Camín, “Prólogo”, ¿Y Ahora qué? México ante el 2018, Héctor Aguilar Camín, Luis de la Calle, María Amparo Casar, Jorge G. Castañeda, José Ramón Cossío Díaz, Eduardo Guerero, Santiago Levy, José Woldenberg editores. (México D.F: Debate, 2017)
[5] María Amparo Casar, “Corrupción: La sombra de las instituciones”, ¿Y Ahora qué?, p. 25.
[6] Carlos Elizondo Mayer-Serra, “Mal gobierno: el estado incompetente”, ¿Y Ahora qué?, p. 131.
[7] Jorge Javier Romero Vadillo, “Gobernabilidad: Para hacer gobernable la democracia”, ¿Y Ahora qué?, p. 151.
[8] Héctor Aguilar Camín, “Narco: la guerra contra las drogas”, ¿Y Ahora qué?,  p. 162.
[9] Eduardo Gutiérrez Gutiérrez “Para combatir el crimen organizado”, ¿Y Ahora qué?, p. 172.
[10] Beatriz Magaloni, “Las bases sociales del crimen organizado”, ¿Y Ahora qué?, p.
177.
[11] Valeria Moy, “Regiones: La otra desigualdad”, ¿Y Ahora qué?, p. 272.
[12] Ibid.,  p. 274.
[13] Ibid., p. 279.
[14] Guadalupe Correa-Cabrera, Los Zetas: Criminal Corporations, Energy and Civil War in Mexico (San Antonio: University of Texas Press, 2017)
[15] Ver: Naomi Klein, The Shock Doctrine (Toronto: Random House Canada, 2007).
[16] Federico Mastrogiovanni, Ni vivos ni muertos (México: Grijalbo, 2014)
[17] Dawn Paley, Drug War Capitalism (Oakland: AKA Press, 2014)
[18] Ver: Irmgard Emmelhainz, La tiranía del sentido común: la reconversión neoliberal de México (México D.F.: Paradiso, 2016).
[19] Alejandro de Coss, “Futuros más allá del capitalismo”, p. 82.
[20] El futuro es hoy, Humberto Beck y Rafael Lemus, Editores (Madrid: Biblioteca Nueva, 2018), p. 15.
[21] Mario Arriagada Cuadriello, “Democratizar la democracia”, El futuro es hoy, p. 31.
[22] Ibid., p. 38.
[23] Luis Ángel Monroy, “Igualdad de Oportunidades: Un México donde el origen no determine el destino”, El futuro es hoy, p. 113.
[24] Alejandro de Coss, “Futuros más allá del capitalismo”, El futuro es hoy, p. 82.
[25] Ibid.
[26] Eduardo Santana/ Sergio Graf, “Sustentabilidad, El discurso vacío”, El futuro es hoy, p. 348.
[27] “Según el Registro Agrario Nacional, más del 75% del territorio del estado de Oaxaca es de propiedad social (comunal o ejidal) y en ese territorio se han autorizado más de trescientas concesiones mineras que no han sido sometidas a consulta.” Yásnaya Elena A. Gil, “Nosotros sin México: Naciones indígenas y autonomía”, El futuro es hoy, pp. 144-145.
[28] Yásnaya Elena A. Gil, “Nosotros sin México: Naciones indígenas y autonomía”, p. 141.
[29] Ibid., p. 148.
[30] “Vamos a enterrarlos a ustedes” (“déjenlo enterrado”). Mandy Mayfield, “California Gov. Jerry Brown to protesters during climate speech: ‘Let’s put you in the ground’” Washington Examiner, November 11, 2017 disponible en red: http://www.washingtonexaminer.com/california-gov-jerry-brown-to-protesters-during-climate-speech-lets-put-you-in-the-ground/article/2640410

[31] Ricardo Becerra, “Más allá del consenso de Washington: La ineficiencia de los gobiernos”, El futuro es hoy, p. 246.
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