En semanas recientes, en un clima intensificado de violencia
de estado y corporativa contra periodistas, jóvenes, activistas, estudiantes e
indígenas y los comunes (el maíz, la soberanía alimentaria y financiera), ha
tenido lugar en varios medios de comunicación un debate acerca de la crítica de
arte en México. Aunque “debate”, es mucho decir; más bien, un coro de voces han
ya sea alabado la efervescencia de la crítica o condenado su inefectividad y
banalidad, su desaparición y complicidad con las instituciones, su sujeción a
las industrias creativas. El coro declarativo de voces sin un debate real sobre
la cuestión de la crítica de arte en México, es sintomático y una de las
razones por las cuales pareciera que la crítica de arte o no existe, sea nula o
esté en crisis. Es decir: si
bien hay una miríada de publicaciones en las que se escriben crónicas o reseñas
de exposiciones o eventos del mundo del arte, y haya alguna que otra con un
objetivo claro de escribir crítica, además de Salonkritik, editado por María Virginia Jaua, están también por ejemplo:
la Escuela de Crítica de Arte del Proyecto Siqueiros en La Tallera de Cuernavaca, el Coloquio Iberoamericano de Crítica de Arte del INBA, la publicación de libros como El Cubo de Rubik de Daniel Montero o Contra el Arte Contemporáneo de Javier Toscano, el surgimiento de la revista Caín; además del Blog de Crítica impulsado por SOMA y Alumnos 47, el Blog en Excélsior de Édgar Alejandro Hernández, la columna de Patricia Martín en El Financiero, los conversatorios de GasTv[1].
Sin embargo, predomina la percepción general de que
hay un vacío de crítica. [2] Los críticos se descartan entre ellos por considerarse ser meros “opinólogos”; también
se dice que la curaduría o los textos de muro en los museos le han robado
inspiración y/o espacio a la crítica, cuya función ha sido precisamente la de
servir de mediador entre el público y la obra de arte. Se habla de la
distinción entre crítica académica o periodística; que si la crítica es
periodística, entonces es banal, tendenciosa y predecible; que si es académica,
entonces es sólo para un grupo selecto de lectores. Hay que tomar en cuenta
asimismo, que la entrada del arte en las industrias culturales ha implicado que
la crítica de arte aparezca en revistas de diseño o de estilo de vida en forma
de reseñas o crónicas en las que se describen experiencias subjetivas a través
de los ojos de un press release o
catálogos de exposición. Entonces, aunque sí se escriba crítica (en muchas
variantes, tonos, sensibilidades, niveles de complejidad, motivaciones,
compromiso y objetivos), podríamos atribuir su percibida “crisis” a tres
razones principales: primero, a las condiciones de producción, circulación,
venta y por lo tanto de legitimación del arte bajo las industrias creativas; segundo,
al dar por hecho la inmanencia de la crítica en el arte derivada del
modernismo, transformada en la “criticalidad”, que es consecuencia de la falta
de un proyecto político claro; y tercero, a la tradición mexicana del ninguneo, es decir, la forma de ocupar
una posición de autoridad imponiendo una visión basada en la nulificación de
debates u opiniones previos ignorando a los autores y obliterando toda
posibilidad de diálogo con otros actores del mundo de la cultura.
La primera
causa de la “crisis” de la crítica se debe a que el arte contemporáneo se
produce bajo una condición que calificaré de post-crítica. Esto implica que la
producción de arte está deslindada de referentes históricos anclados en la
estética, teoría o política. El lazo de transmisión de una serie de cuestiones
pertenecientes a estos ámbitos de una generación a otra a través de la
educación de arte – y la rebelión, interrogación, sustitución, incluso ruptura
con estas cuestiones – han sido sustituidos por formas alternativas de lidiar
con la historia y la tradición: ignorándola, reciclándola, apropiándosela,
usándola como objeto de estudio, poniéndola en escena (a través de remakes o
reenactments), etc. A la continuidad (aunque sea a través de la ruptura) con
los proyectos estéticos precedentes, le sustituye una búsqueda individual por
la producción de arte como una forma de self-branding
(a lo que Javier Toscano se aproxima cuando describe el aspecto narcisista de
la génesis del arte contemporáneo)[3]. Por
eso, podría decirse que la mayoría del arte que se produce hoy en día está
vaciado de referentes y es por lo tanto relativo. Además, la mayoría de lo que llamamos arte no es
simplemente un artefacto material, sino un dispositivo que funciona como una mercancía
creando e inscribiendo valores. Esto es consecuencia de que la condición y
horizonte del arte contemporáneo sea la experiencia subjetiva que transforma
tanto al espectador como a la obra. Es decir, la experiencia estética
trasciende al sujeto para referirse al proceso de transformación que se da
entre sujeto y objeto por medio de los aspectos sensoriales, espacio-temporales
y relacionales de la obra. Desde el punto de vista político, el arte
contemporáneo trascendió la lógica de la vanguardia de causar escándalo o shock
para transformar los valores hegemónicos y anunciar y producir cambios
políticos, para adquirir un papel populista de revelación o participación. En
cuanto a la postura crítica, en vez de la contestación directa, predominan la
ambivalencia o el microutopismo, derivados de haber trascendido la temporalidad
modernista que prometía progreso en el futuro, para manifestarse en medidas de
mejora inmediata y formas de desarrollo a corto plazo, o gestos simbólicos y
poéticos ambivalentes.
Para hablar del arte producido bajo estas
condiciones, se hace explícito que la artista manifiesta un interés por esto o
aquello, que la obra de arte o la exposición explora, juega, interroga, muestra
sensibilidad hacia tal o cual tema, y que la experiencia derivada de la obra de
arte tiene tales o cuales cualidades. Desde el punto de vista de la (post) crítica,
se pueden enumerar las estructuras de poder reveladas por la obra, o bien decir
que hace visible tal o cual cosa anteriormente excluida, que apunta con el dedo
a ciertas narrativas o figuraciones oficiales para deconstruirlas por medio de
experimentos formales, que pone en evidencia la hegemonía de las narrativas
occidentales, el fracaso de las promesas de la modernidad, que escenifica la
libertad de expresión y la democracia, que hace gestos simbólicos para incluir
a los espectadores o participantes para romper con la tiranía de la enajenación
del espectáculo, que evidencia paradojas en la manera en la que el tejido
socio-político está estructurado, o que hace agenciamientos heterogéneos para
conectar diversos actores y hacer experimentos que se puedan extender hacia el
ámbito político (movimientos sociales, asociaciones políticas, centros
sociales, proyectos de educación autónomos). En este contexto, el aparato
crítico para trazar los efectos críticos o politizantes de la obra se ha
construido, por ejemplo, a partir de la espacialización en Lefebvre, el
espectáculo de Debord, el discurso en Foucault, la performatividad de Butler,
la deconstrucción derrideana, la desterritorialización deleuzeana, la comunidad
en Agamben/Nancy, e inclusive, la imagen dialéctica de Walter Benjamin en lo
que respecta a las prácticas de archivo y de montaje, etc. A esta forma de
hacer crítica (por parte de la obra y por quien escribe sobre la obra) la podríamos
llamar “criticalidad”. La “criticalidad” se caracteriza por operar desde una
base incierta para cuestionar la autoridad y los dados epistemológicos, lo cual
implica que un juicio es inherente a la obra como una verdad transitoria. Con la
“criticalidad”, la obra de arte se hace operativa, un objeto de conocimiento y
se juzga a partir de su efectividad en un campo político, estético,
epistemológico o semiótico. Cuauhtémoc Medina define su postura sobre las líneas de la
“criticalidad”, como “una opinión basada en un proceso contradictorio, lleno de
vacíos y de conflictos”. Medina considera que la práctica artística es una
forma de investigación que se tiene que reinventar en cada momento, y que por
lo tanto las opiniones sobre ella necesitan ser movibles y disociadas de una
posición política ante el estado de las cosas[4].
La
“criticalidad” del arte deriva de la experiencia fundadora
de la modernidad, que es rechazar lo “dado” como base del pensamiento, en un
movimiento en el que el sujeto puede verse a sí mismo mirando para ejercer
(auto) crítica. Es decir, la premisa de la modernidad es que el sujeto pueda
tomar una postura exterior al estado de las cosas y esa postura es la base de
la crítica la cual permite a las sociedades avanzar y progresar. Por eso, la crítica está al centro del proyecto de
emancipación modernista (dentro de este marco, es la Revolución y el acto de la
crítica es la acción política). A diferencia de la
“criticalidad”, la crítica de arte modernista tuvo un papel crucial en
posicionar tanto a críticos como artistas, y podría describirse como la
articulación de una serie de parámetros en relación a los principios de la
historia del arte y de la estética (en el sentido de filosofía de la belleza),
y a un proyecto político para legitimar o justificar ciertas prácticas,
procesos o experimentaciones. Es decir, la crítica de arte modernista se
caracterizó por establecer un conjunto de parámetros o referentes de base a
partir de los cuales se juzga la obra de arte. Esta forma de hacer crítica
caracteriza la pluma de Avelina Lésper, la villana favorita del mundo del arte
mexicano (igual despolitizada pero el contrapunto a la modulante postura de Medina), ya que sus juicios se basan en parámetros pre-duchampianos
decimonónicos, los cuales al ser inamovibles como criterios, son dogmáticos,
anacrónicos y reaccionarios. En cierto sentido, la crítica modernista se transformó
en la base de la curaduría, cuya lógica es agrupar un conjunto de obras de arte
a partir de un referente – o de un juego de referentes – que las determina
discursivamente como conjunto.
En cambio, la
“criticalidad” inherente al arte contemporáneo implica el rechazo a la
evaluación del crítico de arte para decidir si una obra es buena o mala, o si
cumple con los requisitos de arte avanzado o no, para ser sustituido por una reflexión sobre su efectividad crítica. Este rechazo tiene que ver,
por un lado, con el desplazamiento del privilegio que tenían críticos y
artistas para hablar en nombre de otros que vino con la crisis de la
representatividad teorizada por el post-estructuralismo, afincado en el
escepticismo sobre la condición de posibilidad de la crítica. En este
sentido, la “criticalidad” del arte contemporáneo deriva del pensamiento de la posguerra el cual externalizó la teoría de
Kant de las estructuras del pensamiento planteándolas en términos de regímenes
de discurso e ideología, y a las estructuras y prácticas lingüísticas como
determinantes de los límites del entendimiento. En otras palabras, que lo real
es sólo accesible o mediado por el discurso, o hasta constituido por él. En ese
sentido, el aparato intelectual moderno es solipsista porque introduce
distancia en donde en realidad no la hay. Se han dedicado muchas páginas a
describir la manera en la que el contra-discurso entra en juego para legitimar
la institución o los procesos hegemónicos que se supone debe criticar, y José
Luis Brea apunta cómo nuestra idea de crítica alimenta el principio
constituyente del arte que es precisamente la “autocrítica inmanente”[5].
Actualmente, México está consolidado como un
campo crucial para la producción y circulación de arte contemporáneo global,
con una mezcla de subsidio de estado y corporativo, que le apuestan a las
prácticas culturales “autosustentables”, las cuales se han ido poco a poco
privatizando. Aunque florecen el mercado, las exposiciones y los ámbitos de educación
y de producción de arte, existe una paradoja planteada por la crítica Aline Hernández: ante un
fuerte mercado (de producción, exposición y venta), hay nula teoría o labor
crítica[6]. Y aunque
como vimos, sí se escribe crítica de distintos tonos, calidades, acercamientos,
posiciones, intereses y criterios, otra de las razones por las que la crítica no
solo se percibe como nula, sino que de hecho es nula, es porque no juega ningún
papel en la legitimización del arte en cuanto a la creación del valor económico
del arte. Es decir, una vez que se dio por sentada la autocrítica
inmanente del arte, la lógica de las industrias creativas transfirió los
procesos de valoración de arte a manos de galeristas, museos y coleccionistas y
otras instituciones de arte que brindan distintas formas de visibilidad; y
aunque éstos recurran a veces a la academia para obtener legitimidad teórica e
histórica, el papel que ésta juega es meramente secundario ante los opacos (y
corruptos) procesos a través de los cuales el arte contemporáneo se legitima
para adquirir plusvalía, haciendo que la crítica como filtro de calidad o
legitimación sea redundante.
Otra de las razones de
la nulidad o fantasmagoría de la crítica, es la predominancia de la autocensura
y las críticas al cien por ciento favorables. Como lo plantea también Aline
Hernández, esto se debe a que “pocos están dispuestos hoy a posicionarse
críticamente frente a los mecanismos de control y legitimación que operan en el
campo del arte”, y porque “los textos críticos son considerados como ataques
direccionados… meras cuestiones personales”. Es decir, invariablemente, lo que
se cuestiona se convierte en una afrenta con nombre propio[7]. En cierto modo, la nulidad o fantasmagoría de la crítica convienen:
que la crítica sea una aparición etérea y efímera que inflama las redes
sociales por unos días, o al público durante un conversatorio para ser rápidamente
olvidada, hacen que cualquier reflexión seria y rigurosa sea irrelevante. Sobre
todo, por la reticencia de muchos críticos a tomar una postura (lo cual implica
siempre tomar un riesgo). Como lo plantea María Virginia Jaua (en el contexto de la cancelación de la exposición de Herman Nitsch en el Museo Jumex y la reticencia de algunos intelectuales a participar en el Hay Festival problematizando la falsa politización inherente a estos hechos), en el campo cultural en México predominan un falso silencio y crítica que reflejan
"la falta de responsabilidad y de compromiso de casi todos los actores en la construcción de una comunidad artística comprometida con ella misma y con sus “diferencias”, diversa y solidaria, así como la poca conciencia y disposición para dialogar y discutir temas tan importantes y pertinentes en nuestros días."
La reticencia a entrar en
diálogo es otra de las razones de la nulidad de la crítica . Refleja la manera
de operar del campo de la cultura en México, a través de la exclusión o la
anulación de una voz a partir de otra, lo que definí arriba como ninguneo (práctica de la cual no me declaro 100% inocente), descrito por Gastón García Cantú como la siguiente
actitud:
"la falta de responsabilidad y de compromiso de casi todos los actores en la construcción de una comunidad artística comprometida con ella misma y con sus “diferencias”, diversa y solidaria, así como la poca conciencia y disposición para dialogar y discutir temas tan importantes y pertinentes en nuestros días."
"No existes, no eres, no sirve lo que haces. Eres ninguno… Tu
existencia está lanzada al vacío urbano de los lectores que nada dicen, y que
reservan su lectura en soledad, paralelo a la del autor que leen".
Y otra manera de describir de García Cantú al ninguneo:
“tanto te aprecio, tanto te admiro que tú ya no eres el otro, sino el no-eres; eres ninguno, eres nadie, o que expresado en el verbo ningunear consagra la facultado de hacer del otro a ninguno, ni siquiera a don nadie, porque don nadie es cuando alguien es algo tan inesperado que no tiene ascendencia ni mérito; es don nadie, pero es don”. [8]
Y otra manera de describir de García Cantú al ninguneo:
“tanto te aprecio, tanto te admiro que tú ya no eres el otro, sino el no-eres; eres ninguno, eres nadie, o que expresado en el verbo ningunear consagra la facultado de hacer del otro a ninguno, ni siquiera a don nadie, porque don nadie es cuando alguien es algo tan inesperado que no tiene ascendencia ni mérito; es don nadie, pero es don”. [8]
Ejemplos recientes son la respuesta de Javier
Toscano a Edgar Hernández y Cuauhtémoc Medina quienes ningunearon su libro Contra el
arte contemporáneo[9], o la entrevista a varios actores del
mundo del arte de Óscar Benassini acerca de
la situación de la crítica de arte en México. El texto empieza con la siguiente
línea: “En México no existe un solo crítico de arte”. Paradójicamente,
Benassini es el editor de Caín, una
revista bimensual que pretende publicar no solo reseñas de exposiciones, sino
crítica de arte seria[10].
¿Acaso Benassini aplicó el auto-ninguneo para ganar credibilidad? Está también la
condena de María Virginia Jaua a Enrique G de la G en una confrontación de miradas críticas hacia
el escándalo de censura de la exposición de Hermann Nitsch, las ambiciones poco
justificadas del Museo Jumex, los conflictos de interés y la subsecuente crisis de credibilidad como institución[11]. En
un país en el que el enemigo verdadero del poder (narcotráfico y Estado) son
los periodistas porque se dedican a informar y a revelar los mecanismos que sustentan
al poder, y en el que el arte es la sensibilidad que encubre los intereses en
la clase del poder, los críticos, curadores, artistas, etc. se la pasan
ninguneando unos a los otros (@Eduardo Abaroa). Sin embargo, a pesar de la
predominancia de la “criticalidad”, yo creo que la crítica sí es posible,
aunque innegablemente sea una de las facetas del agotamiento del modernismo
manifestado en el arte contemporáneo y a pesar de la sujeción del arte a las
industrias creativas. José Luis Brea plantea la tarea de la crítica de la
siguiente manera:
"Poner en evidencia las
trampas sobre las que la fe en el arte se instituye. La crítica no ha de servir
a aumentar la – infundada y tramposa hasta los tuétanos – fe contemporánea en
el arte (la religión de nuestro tiempo, decía ya Nietzsche); sino, al
contrario, contribuir a desestabilizar esa fe – secularizando críticamente su
análisis en los términos del de los imaginarios dominantes – tanto como esté en
su mano"[12].
Esta tarea es urgente, y para ello son
necesarios interlocución, rigor, investigación, firmeza de opiniones y nada de ambigüedad,
absoluta lucidez y una postura moral implacable, sin miedo al riesgo, al
ninguneo o a la marginación por la percibida personalización. Como lo han hecho
Walter Benjamin, Hannah Arendt, Susan Sontag, John Berger, Edward Said, Gastón
García Cantú, WTJ Mitchell, José Luis Brea, Jorge Aguilar Mora, Franco Berardi…
[1] Eduardo Egea, “Resuscita la crítica de
arte” Crónica 8 de agosto de 2015
[2]Mónica Amieva, “El peligroso silencio. La crítica de arte en
México,” Código (Noviembre 2013),
disponible en red: http://www.revistacodigo.com/opinion-la-critica-de-arte-en-mexico/
[3] Ver: Javier Toscano, Contra el arte contemporáneo (México
D.F.: Tumbona, 2014).
[4] Cuauhtémoc Medina, en una
entrevista para el Coloquio de Izquierda
Mexicana del Siglo XX
[5] José Luis Brea, El cristal se venga, ed. María Virginia
Jaua, (México D.F.: Fundación Jumex Arte
Contemporáneo, 2015), p. 110.
[7] Ibid.
[8]
Gastón García Cantú en conversación con Gabriel Careaga, Los intelectuales y el poder (México:
Mortíz, 1993), p. 88 y p. 103.
[11] María Virginia
Jaua, “El falso silencio vs. el ‘activismo mal entendido’” Salonkritik, 21 de febrero de 2015 y Enrique G de la G, “La grave
crisis de la Fundación Jumex Arte Contemporáneo”, Nexos 31 de enero de 2015.
Se agradecen este tipo reflexiones. Solo apuntaría que mi intención no fue condenar a nadie, sino intentar dilucidar una circunstancia dentro de la institución, precisamente más allá de las descalificaciones personales. Creo que un proyecto crítico solo puede llevarse a cabo en un trabajo "despersonalizado". Abrazo!
ResponderEliminarMaría Virginia -
ResponderEliminarDe acuerdo. Tal vez esta sea una instancia precisamente de cómo es inevitable caer en contradicciones a pesar de que una trate de despersonalizar, considerar y plantear las cosas desde un punto de vista general. Otro abrazo!
Entiendo tu preocupación pero sigo sin estar de acuerdo con algunos de tus postulados y la manera de platearlos. Los periodistas no son los "únicos" enemigos del Estado. Es dudoso aplicar el término "único" (el cual es reductor y peligroso) ni con el de "enemigo". Tampoco estás haciendo un uso correcto de lo que significa la palabra Estado. El Estado somos todos. Por ende el enemigo seríamos todos. Y qué significaría en tu caso lo contrario? Ser amigo? Es grave lo que sucede y me parece oportuno abordar las contradicciones que existen en el desempeño de la crítica en México. Pero de ahí a plantear el periodismo como la salvación de la cultura u oponer su trabajo al del arte, me parece una vía poco acertada. Porque estarías haciendo a un lado a muchos creadores que desde muchos otros lugares también están haciendo o están intentando hacer un trabajo digno. MVJ
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