“También soy alguien distinto de quien me imagino que soy.”
(Simone Weil)
Una lezgirl punk tatuada como MS (Mara Salvatrucha), borracha como Charles Bukowski y marginal à la Jean Genet estaba en un bar en el inframundo ahogando la depresión porque no una chava bonita (Lipstick lez) no le hacía caso. Ganaba bien como productora de cine y pudo contratar a una prostituta para que pasara con ella la noche. Se la pasaron hasta mucho después de la madrugada bebiendo litros y litros de cerveza, hablando de la crisis de identidad de Lezgirl punk. Lezgirl punk nunca había podido encajar en ningún lado; en la escuela era la rara, en su familia que era mestiza de distintas gradaciones ella era la que tenía la piel más oscura y como no era güera ni ama de casa como sus hermanas o su madre, se sentía ajena a ellas. Identificarse con su padre también se le hacía complicado; estaba dedicado a su segunda esposa y al estudio; fue simpatizante comunista y por ello pasaron unos años en exilio durante los tiempos más crudos de la guerra. Atrapada entre el conservadurismo social hegemónico y la contra-corriente roja simpatizante con el pueblo (declarada obsoleta y diagnosticada con depresión), Lezgirl punk pertenecía a una generación que creció despolitizada y sumergida en las delicias y maldiciones del consumismo, incluyendo el perpetuo estado de ser deseante y el alternativismo para consumir (desde el new age hasta el altermundialismo y el consumo ‘ético’). Lezgirl punk pasó varios años de su vida estudiando cine y haciendo cine de género queer en una ciudad progresiva en un país liberal en el que el estilo de vida alternativo inspirado en las preferencias sexuales eran más la regla que la excepción. En ese país había programas de integración y de apoyo a los homosexuales, haciendo posible una existencia que era parte de la sociedad. Dicho estilo de vida fue posible gracias a los logros de los movimientos de emancipación y visibilidad de los grupos marginados (homosexuales, trabajadores, emigrantes, madres solteras, desempleados) en los años sesentas y setentas, de luchas políticas en nombre de la visibilidad. Estas luchas fueron ilustradas para el gran público en la película Milk, que cuenta la historia de Harvey Milk, un activista de derechos gays luchando en contra de la discriminación y la persecución de los homosexuales y en pro de sus derechos (que le costó la vida). En muchos países, las generaciones siguientes de gays gozaron de los beneficios de estas luchas y pudieron liberarse (relativamente) del ostracismo social y de la discriminación, habiendo hecho un blackout en la conciencia colectiva de la comunidad tanto de las luchas de hace cuarenta años como de la epidemia de SIDA y sus implicaciones. Un ejemplo extraño es la reciente legislación del matrimonio gay en México; apoyar la visibilidad de los homosexuales se ha convertido en un gesto político progresivo que sin embargo en este caso es superficial, ya que refleja inconsistencia o esquizofrenia en cuanto a políticas “progresivas”: por un lado comenzó a penalizarse el aborto y por otro, a celebrarse matrimonios gays y a legislar la adopción de dichos matrimonios ¿Será cosa de equilibrio demográfico y de redistribución de la vida? Para muchos significó una victoria más de varios años de lucha por reconocimiento y visibilidad (que lo es). No obstante, faltando labor social y pedagógica ¿Cómo se hará posible que la homosexualidad sea aceptada como parte del tejido social mexicano mas allá de caricaturas estereotipizadas en las telenovelas?
Para Lezgirl punk, regresar a su país (una colonia gobernada por una oligarquía corrupta, racista y predominantemente católica) existir en paralelo a los ideales del conservadurismo social hegemónico implicaba la necesidad de agruparse en una tribu de otras almas extravagantes como ella con los mismos gustos sexuales, musicales, cinéfilos y de moda, con experiencias de vida similares. A pesar de compartir ciertas afinidades, Lezgirl punk seguía sin encajar. “¿Crees que soy anormal, rara, que estoy loca?” le preguntaba Lezgirl punk a la prostituta mientras le daba un trago a su cuarto tarro de cerveza. La prostituta le contestaba que sí, que lo que nomás le faltaba era un buen hombre que la quisiera mucho y que la aceptara tal y como era. “¿Pero tú crees que mi apariencia, mi estilo de vida salieron de la nada, de un día para otro? ¡No! Son años de trabajo, de inversión, de viajes, de experiencias de vida; así paré en el underground, yo escogí y construí esta vida porque en la normativa heterosexual no había lugar para mí.” Cada vez que Lezgirl punk visitaba un bar del inframundo se sorprendía porque allí, más que entre su familia conservadora, sus ex compañeros de estudio, su tribu adoptada, se sentía rechazada. Experimentaba la paradoja de tener un profundo sentimiento de pertenencia al inframundo que ningún otro milieu social le proporcionaba y al mismo tiempo ser rechazada por sus habitantes. No era cosa de que la juzgaran y hasta le ofrecían un poco de condescendencia y simpatía, pero nada más. Ello contribuía a perpetuar su crisis identitaria, la cual apaciguaba un poco con cada nuevo tatuaje o piercing. Si las marcas corporales indicaban antguamente pertenencia a una tribu determinada y rango social, ahora implican la individualidad radical, la no-pertenencia; las marcas corporales sirven como distintivo de entre la masa. Y este cultivo de la apariencia, que va de la mano del ego, utilizando mercancías materiales e inmateriales, es un indicador de que hoy prevalece la estética sobre la política: no la estetización de la política, sino la estetización de las formas de vida privadas en detrimento de la política. Y el encuentro de Lezgirl punk con la prostituta plantea la actual incompatibilidad fundamental entre el underground y el inframundo, la vida ‘alternativa’ y la vida desnuda, los underclass y los consumidores de marginalia. Es decir, hoy existe una amplia gama de estilos de vida y de experiencias elegibles y entre ellos está la marginalia por procuración provista por la industria de la cultura. Los años sesentas y hasta los setentas fueron la cúspide del encuentro entre lo creativo y lo marginal: Jack Smith, Charles Bukowski, Patty Smith, obviamente Jean Genet y bordeando ya en el cliché ya estaba Nan Goldin (entre muchos más). Detrás de esa tendencia de ese entonces había una política de colocarse al margen de la normatividad social como gesto de emancipación, que fue teorizado por Deleuze y Guattari como un devenir que pertenece a un dominio distinto al del poder y la dominación, una variación continua en un devenir minoritario de todo el mundo en vez de mayoritario. Para Deleuze y Guattari, devenir minoritario se convierte en una figura universal de autonomía y se localiza en la conjugación, conexión y reinvención de lenguajes y sus elementos minoritarios.
Sin embargo, tanto el devenir-minoritario como la antigua concepción de alteridad (el marginal, el extranjero, el criminal, la mujer, el colonizado, en fin, todo lo que diverge de la normatividad del hombre blanco) como sitios de acción radical fueron domesticados progresivamente por la industria de la cultura. El devenir-minoritario de Deleuze y Guattari se convirtió en un cliché; dos ejemplos son la exposición “Todos somos extranjeros” (en tupí, la lengua de los nativos del área), curada por Mario Pedrosa en el Museo de Arte Moderno de Sao Paulo (2009) –sin mencionar la incorrección política de la celebración neoliberal del concepto de la exposición, o el devenir nativo del personaje de Jack Sully en Avatar colocándose en contra de las formas ‘mayoritarias’ de poder.
A la inclusión de la excepción a la normatividad (o normativización de la otredad), contribuye el discurso de la democracia y es en esa inclusión de la excepción que, según Alain Badiou, se encuentra lo real del poder: la imagen que desaparece (de la minoría) por lo que justamente hace visible (en su devenir-norma). Para Badiou, la palabra “democracia” crea una falsa imagen de poder, un poder desnudo sin imagen que con su valorización de la excepción, el desacuerdo y la otredad, incorporaron al mercado y a la opinión los gustos y costumbres del “Otro.” La consecuencia ha sido la elisión de la otredad y eso es lo que invisiblemente le da garantía al poder. La palabra “democracia” juega un papel pacificador que es incompatible con la posibilidad de auto-organización directa del pueblo. Cito a Badiou: “Como el policía que espera el deseo de todos cuando aparezca como un sexo erguido.”
Si podría llamárseles tribus a aquellos que comparten deseos, gustos, formas de pensar, entonces la labor política sería todavía levantarse en contra de su propia tribu reclamando el derecho a la intolerancia y a la opacidad. La ética, pensando en la excursión de Lezgirl punk al inframundo, y citando a Peter Pal Pel Bart que lo explica en términos de “extensión-intensidad,” sería pensar en la composición entre relaciones y poderes e investigar si dichas relaciones podrían reinventarse para formar una relación más “extendida,” o si los poderes al conjugarse constituirían una potencia mas “intensa.” La ética-etológica de Pel Bart (deleuzeana) es el pasaje de lo común a la comunidad, conservando y respetando las relaciones de los mundos propios y de los de otros.
Referencias
• Peter Pal Pelbart, Filosofía de la deserción, nihilismo, locura y comunidad (Buenos Aires: Tinta Limón, 2009).
• Alain Badiou, “Esbozo para un primer manifiesto del afirmacionismo,” El balcón del presente, México, Siglo XXI, 46-48.
• Gilles Deleuze y Felix Guattari, A Thousand Plateaus: Capitalism and Schizophrenia, trad. Brian Massoumi (Minneapolis: The University of Minnesota Press, 2003).
ouch!
ResponderEliminarNos referimos a lo que los Nueve de Tarnac (o el Comité Invisible francés) articulan en este fragmento de su texto "Comment faire" (2008):
ResponderEliminar"Mientras más me reconocen, más se neutralizan mis gestos desde adentro. Aquí estoy, atrapada en la apretada red del nuevo poder. En la impalpable red de la nueva policía: LA POLICÍA IMPERIAL DE LAS CUALIDADES. Hay toda una red de ensamblajes a través de la cual me "integro" y que incorpora esas cualidades en mí. Un mezquino sistemita para archivar, identificar y hacer vigilancia mutua. Toda una prescripción difusa de ausencia. Toda una maquinaria de control mental que tiene como meta el panopticismo, una transparencia privatizada, la atomización. Y en contra de la cual lucho."