En una entrevista
reciente con Mariana Aguirre para Art21Blog, el crítico y curador Cuauhtémoc
Medina plantea problemáticamente al arte contemporáneo como un tipo de esfera
pública politizada. Según el crítico, la mejora de las instituciones
museográficas, el incremento del subsidio del gobierno y la nueva tendencia de
la elite de apoyar al arte contemporáneo, le han dado una visibilidad sin
precedentes en la sociedad. Los productores de arte contemporáneo, argumenta
Medina, son apoyados por el gobierno y por la elite a pesar de que el
trabajo de muchos artistas es crítico del sistema social y económico.
Para Medina, el aspecto
crítico del arte es precisamente lo que le ha dado mayor visibilidad en el
campo social, al haber creado escándalos que dieron lugar a controversias y
debates que llegaron a la escena pública. Además, el hecho de que la obra de
muchos artistas sea politizada, según Medina, hace que el arte contemporáneo
sea relevante como lugar desde el cual definir “lo que debe ser la práctica
cultural políticamente informada” (mis cursivas). En la
misma entrevista, el crítico y curador indica la diferencia entre las políticas
culturales del PRI y del PAN: mientras que el primero reprimía o co-optaba la
disidencia al incorporar artistas, escritores e intelectuales a su sistema de
favores, el PAN: “no se deshizo de la presión simbólica de los intelectuales”,
sino que les permite amplia libertad de expresión. Y ello ha llevado a la
paradójica tendencia de que mientras que la cultura “ha dejado de estar
inmediatamente involucrada en cuestionar como antes la estructura política”,
“el público espera (del arte contemporáneo) que la cultura tenga un papel
político importante en la sociedad”.
En otras palabras, para
Medina, el arte contemporáneo es “politizado” pero no se trata de una
politización que cuestione la estructura política sino la social. Y ya que el
arte contemporáneo es politizado, a su modo de ver, la cultura se ha convertido
en una práctica política. Con respecto a lo que Medina llama la “práctica
cultural políticamente informada” ¿no está Medina reduciendo a la práctica
política en el ámbito cultural a informar políticamente al espectador, a la
transmisión de opinión de artistas y curadores? Además, la “libertad de
expresión” garantizada por el gobierno y aplaudida por la elite y por Medina,
sólo aplica al campo cultural: recordemos que México es el país más peligroso
para periodistas en todo el mundo, sólo en el último sexenio, se han asesinado
a más de ochenta en toda la República.
Los ejemplos de obras de
arte que menciona el crítico y curador que han tenido un “papel político”
importante en la sociedad, “por haber causado escándalos y controversia en la
esfera pública”, son la exposición Cantos cívicos de Miguel
Ventura (2008-09) en el MUAC y ¿De qué otra cosa podemos hablar?, la
contribución Teresa Margolles al Pabellón mexicano en la Bienal de
Venecia (2009). Lo que ambas exposiciones tienen en común es que estuvieron a
punto de ser clausuradas; por parte de los directivos del MUAC, en el caso de
Ventura, y por parte de la Secretaría de Relaciones Exteriores en el caso de
Margolles. Y sin embargo, en ambos casos se llevaron a cabo las exposiciones ya
que el menor de los males que encaraban las instituciones
involucradas, fue la reacción negativa que pudieron haberle arrancado las
exposiciones al público y a sus patrocinadores corporativos y estatales. Es
decir, las instituciones temieron más involucrarse en un escándalo de censura
en el ámbito cultural a nivel internacional que invocara al fantasma del
totalitarismo, que a la reacción del público al trabajo de Ventura (que es
altamente politizado por su ambigüedad discursiva) y Margolles (cuya ética de
testimonio por procuración es una fórmula que no cesa de repetirse). De esta
manera, el aspecto antagónico o contestatario del trabajo de los artistas fue
instrumentalizado para dar cuenta de la “salud democrática” del país. Habría
que considerar también que la libertad de expresión que la sociedad le confiere
al arte contemporáneo es relativa y limitada, ya que Miguel Ventura fue acusado
por una de las personas que aparecía en uno de los collages de Cantos
cívicos que mostraban a la elite socio-económica, política y del artworld de
México de una manera poco halagadora; Ventura perdió la demanda, –en lenguaje
jurídico– por “abuso de libertad de expresión”. Éste es un ejemplo claro de la
confusión entre Libertad y “libertad de expresión”. En nuestra democracia, el
derecho a la disidencia y a la crítica social, valida (de forma incómoda) las
constelaciones políticas que garantizan estos derechos (lo que Marcuse llamó
“tolerancia represiva”). Mientras que por un lado el gobierno apoya el
desarrollo cultural y los artistas tienen “libertad de expresión”, valida, por
otro lado, su propio derecho al poder (recordemos la parte fraudulenta de la
subida de Felipe Calderón y Peña Nieto al poder), a la economía de libre
mercado y a la política de seguridad militarizada. Evidentemente, los que
tienen libertad de expresión son los que no amenazan el status quo, ya que la
verdadera disidencia es marginalizada por medio de los controles sociales
pre-establecidos.
Hoy en día, la Ciudad de
México es una de las mayores concentraciones de instituciones de arte en el
mundo. El arte contemporáneo comenzó a ser apoyado en México a finales de los
años noventa, cuando surgió La Colección Jumex. Aunado a la apertura de un
espacio para exponer su colección en 2001, la Jumex empezó a apoyar a jóvenes
artistas junto con proyectos, otros espacios y curadores. A la vez que la
iniciativa privada, el gobierno de Vicente Fox incentivó la difusión y
producción de arte y de cultura más que los sexenios Priístas que le
precedieron. El modelo de administración de la cultura que comenzó a
implementarse con el Foxismo, comprende a la cultura como una máquina de crear
símbolos para elucidar las preguntas colectivamente, ¿qué pasa en nuestro
entorno? ¿cuál es la interpretación de nuestro contexto?
Las
políticas de gestión cultural se basan en prescripciones de la UNESCO, la cual
dictamina que la cultura tiene un papel clave en el desarrollo económico y
social de los países ya que genera empleos, atrae inversiones y genera ingresos
con las industrias creativas y culturales. Bajo este modelo, la
cultura es cuestión prioritaria por razones creativas, educativas, económicas y
políticas e implica democratizar el acceso a los bienes culturales (reforzando
los canales de difusión), fomentar la creación y capacitar profesionales en los
campos de la cultura y de la comunicación.[1]
Más allá de la
filantropía corporativa y del subsidio estatal para la aplicación del modelo
globalizado de “gestión cultural”, con Felipe Calderón se consolidó un nuevo
modelo que consiste en “dejar de pensar en términos de administración de la
cultura y asumir una política pública, inscrita en el debate de la reforma de
estado”.[2]
La “política pública” de cultura de Calderón implica, según el especialista en
economía cultural, Carlos Lara González, elaborar un nuevo “pacto sociocultural
entre Estado, mercado y sociedad civil que garantice, no sólo
la armonía entre la democracia y la diversidad cultural, sino
un entendimiento pleno entre lo político, lo económico, lo jurídico y lo
institucional”[3]. Para Lara
González, el modelo de gestión cultural de Calderón busca recuperar el
liderazgo que tuvo México en las políticas culturales antaño a nivel global. De
igual manera, intenta insertar la “diversidad cultural” en la dinámica de los
campos político, económico y social, planteando a la cultura como un elemento
de unidad nacional. La relación entre cultura y
política establecido por este modelo de gestión cultural comprende a la cultura
como “derecho humano” para garantizar la armonía democrática por medio de la
diversidad cultural. La “libertad de expresión cultural”, sirve además, para
subrayar las libertades individuales en los regimenes de democracia
participativa, que por principio, se oponen a los regimenes represivos
(totalitarios y fascistas) del siglo XX. Al contrario que en los regimenes
represivos, bajo las democracias, se tiene amplia “libertad cultural” para
poder elegir una identidad propia y expresarse respetando a los demás para
vivir una vida plena. Dentro de este esquema, el antagonismo y la protesta son
evidencia de la libre expresión, lo que confirma que la libertad de expresión
es respetada, y que se puede lograr consenso (unidad nacional) por medio del
diálogo entre individuos y comunidades.
De esta
manera, el arte contemporáneo juega un papel político en México sin tener
injerencia ni roce con los procesos sociales reales, sin siquiera murmurar lo
que está en juego en un momento tan complejo como el que vive México hoy. Hay que
tomar en cuenta también que el incremento de los incentivos culturales ha ido
de la mano con la crisis en la educación pública, ya que mientras más se ha
invertido en cultura, el presupuesto para la educación ha sido reducido
dramáticamente. Este desequilibrio constituye una rama más del aparato
neoliberal de control y de exclusión, impartido por la cultura y propiciada por
la falta de posibilidades de educación respectivamente. Desde este punto de
vista, la afirmación de Medina de que el arte está “políticamente informado” y
que por ello juega un papel político en la sociedad, equivale a la apología que
hace Jorge G. Castañeda de la reciente emergencia en México de una sociedad
mayoritariamente de clase media, fruto de una economía abierta y de la
democracia representativa.[4]
En la misma entrevista
para Art21Blog, Cuauhtémoc Medina descarta al Comité Invisible de
Jaltenco por centrar su crítica al arte y a la cultura en la ideología
neoliberal que les subyace. A riesgo de ensayar el mismo argumento una y otra
vez, sigo la intuición de teóricos como Jonathan Nitzan y Bichler Shimson, Jodi
Dean, Slavoj Zizek, Franco Berardi, para quienes efectivamente, el
neoliberalismo es la ideología del libre mercado la cual afecta todos los
aspectos de nuestras vidas, privadas y colectivas. Argumentamos que la supuesta
relevancia política de la cultura en la sociedad defendida por Medina, no es
más que el resultado de la política cultural del calderonato, la cual aplica el
esquema neoliberal de cultura recomendado por la UNESCO, dentro del cual la
cultura es un “derecho humano” inalienable sujeto a los intereses del libre
mercado, sitio de antagonismo social y signo de una democracia saludable.
Discutiblemente, el
neoliberalismo implica la muerte de los “intelectuales públicos”. Escritores,
artistas, museos y curadores están hoy en día sujetos a intereses y demandas
del Estado, del mercado y de los patronos. El mejor ejemplo de la colusión de
estas tres entidades y su injerencia en la cultura es ejemplificada por la
constitución de un patronato del MUAC. Sus miembros son miembros de la elite
industrial y corporativa de México y su “invitada especial”, Lulú Creel, es la
representante de la casa de subastas Sortherby’s en México. El papel del
patronato es aportar recursos para suplementar al presupuesto de la Universidad
para realizar exposiciones y adquisiciones. Ellos deciden en qué proyectos que
les proponga el museo participar, aunque supuestamente, las exposiciones las
decida un “comité académico”. De allí que otra de las afirmaciones de Medina en
la entrevista, que los museos son el sitio propicio para crear un espacio de
crítica del arte, es altamente sospechosa.
Miembros del Patronato del MUAC, septiembre 2012
Dentro de este panorama, la llamada “politización” del arte contemporáneo implica la libertad de expresión individual y la libertad del espectador de consumir información u opinión. Esta libertades son abstracciones vacuas si la gente no logra actuar, si no hay lucha colectiva, si la sociedad sigue siendo incapaz de cuestionarse a si misma, de liberarse de los estrechos valores del poder corporativo y del fundamentalismo de mercado. El resultado de la “gestión cultural” es que el trabajo intelectual carece de claridad visionaria y de interés pedagógico. El lenguaje complejo y el pensamiento crítico están siendo asediados por las fuerzas democráticas. Los filisteos están en el poder y aunque subsidien la cultura (Carlos Slim es un un ejemplo de filántropo filisteo), el arte contemporáneo “politizado” es un sustituto del compromiso político de la sociedad: como esfera aparte, se ha convertido en una caricatura de crítica y de los procesos políticos reales.
[1] Alfons Martinell, “La gestión cultural en la
universidad” en Práctica artística y políticas culturales: algunas
propuestas desde la universidad,
coordinada por José A. Sánchez y José A. Gómez (Universidad de Murcia,
2003) disponible en red:
http://www.um.es/campusdigital/Libros/textoCompleto/poliCultural/08Martinell.pdf
[2] Carlos Lara González, “Un año de gestión cultural
y perspectivas para el desarrollo de la política cultural del sexenio”
disponible en red: http://www.fundacionpreciado.org.mx/biencomun/bc153/c_lara.pdf
[3] Un año de gestión cultural y perspectivas para el
desarrollo de la política cultural del sexenio” disponible en red: http://www.fundacionpreciado.org.mx/biencomun/bc153/c_lara.pdf
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