jueves, 11 de octubre de 2012

El papel cultural y político del arte contemporáneo en México según Cuauhtémoc Medina


En una entrevista reciente con Mariana Aguirre para Art21Blog, el crítico y curador Cuauhtémoc Medina plantea problemáticamente al arte contemporáneo como un tipo de esfera pública politizada. Según el crítico, la mejora de las instituciones museográficas, el incremento del subsidio del gobierno y la nueva tendencia de la elite de apoyar al arte contemporáneo, le han dado una visibilidad sin precedentes en la sociedad. Los productores de arte contemporáneo, argumenta Medina, son apoyados por el gobierno y por la elite a pesar de que el trabajo de muchos artistas es crítico del sistema social y económico.


Para Medina, el aspecto crítico del arte es precisamente lo que le ha dado mayor visibilidad en el campo social, al haber creado escándalos que dieron lugar a controversias y debates que llegaron a la escena pública. Además, el hecho de que la obra de muchos artistas sea politizada, según Medina, hace que el arte contemporáneo sea relevante como lugar desde el cual definir “lo que debe ser la práctica cultural políticamente informada” (mis cursivas). En la misma entrevista, el crítico y curador indica la diferencia entre las políticas culturales del PRI y del PAN: mientras que el primero reprimía o co-optaba la disidencia al incorporar artistas, escritores e intelectuales a su sistema de favores, el PAN: “no se deshizo de la presión simbólica de los intelectuales”, sino que les permite amplia libertad de expresión. Y ello ha llevado a la paradójica tendencia de que mientras que la cultura “ha dejado de estar inmediatamente involucrada en cuestionar como antes la estructura política”, “el público espera (del arte contemporáneo) que la cultura tenga un papel político importante en la sociedad”.
En otras palabras, para Medina, el arte contemporáneo es “politizado” pero no se trata de una politización que cuestione la estructura política sino la social. Y ya que el arte contemporáneo es politizado, a su modo de ver, la cultura se ha convertido en una práctica política. Con respecto a lo que Medina llama la “práctica cultural políticamente informada” ¿no está Medina reduciendo a la práctica política en el ámbito cultural a informar políticamente al espectador, a la transmisión de opinión de artistas y curadores? Además, la “libertad de expresión” garantizada por el gobierno y aplaudida por la elite y por Medina, sólo aplica al campo cultural: recordemos que México es el país más peligroso para periodistas en todo el mundo, sólo en el último sexenio, se han asesinado a más de ochenta en toda la República.
Los ejemplos de obras de arte que menciona el crítico y curador que han tenido un “papel político” importante en la sociedad, “por haber causado escándalos y controversia en la esfera pública”, son la exposición Cantos cívicos de Miguel Ventura (2008-09) en el MUAC y ¿De qué otra cosa podemos hablar?, la contribución Teresa Margolles al Pabellón mexicano en la Bienal de Venecia (2009). Lo que ambas exposiciones tienen en común es que estuvieron a punto de ser clausuradas; por parte de los directivos del MUAC, en el caso de Ventura, y por parte de la Secretaría de Relaciones Exteriores en el caso de Margolles. Y sin embargo, en ambos casos se llevaron a cabo las exposiciones ya que el menor de los males que encaraban las instituciones involucradas, fue la reacción negativa que pudieron haberle arrancado las exposiciones al público y a sus patrocinadores corporativos y estatales. Es decir, las instituciones temieron más involucrarse en un escándalo de censura en el ámbito cultural a nivel internacional que invocara al fantasma del totalitarismo, que a la reacción del público al trabajo de Ventura (que es altamente politizado por su ambigüedad discursiva) y Margolles (cuya ética de testimonio por procuración es una fórmula que no cesa de repetirse). De esta manera, el aspecto antagónico o contestatario del trabajo de los artistas fue instrumentalizado para dar cuenta de la “salud democrática” del país. Habría que considerar también que la libertad de expresión que la sociedad le confiere al arte contemporáneo es relativa y limitada, ya que Miguel Ventura fue acusado por una de las personas que aparecía en uno de los collages de Cantos cívicos que mostraban a la elite socio-económica, política y del artworld de México de una manera poco halagadora; Ventura perdió la demanda, –en lenguaje jurídico– por “abuso de libertad de expresión”. Éste es un ejemplo claro de la confusión entre Libertad y “libertad de expresión”. En nuestra democracia, el derecho a la disidencia y a la crítica social, valida (de forma incómoda) las constelaciones políticas que garantizan estos derechos (lo que Marcuse llamó “tolerancia represiva”). Mientras que por un lado el gobierno apoya el desarrollo cultural y los artistas tienen “libertad de expresión”, valida, por otro lado, su propio derecho al poder (recordemos la parte fraudulenta de la subida de Felipe Calderón y Peña Nieto al poder), a la economía de libre mercado y a la política de seguridad militarizada. Evidentemente, los que tienen libertad de expresión son los que no amenazan el status quo, ya que la verdadera disidencia es marginalizada por medio de los controles sociales pre-establecidos.
Hoy en día, la Ciudad de México es una de las mayores concentraciones de instituciones de arte en el mundo. El arte contemporáneo comenzó a ser apoyado en México a finales de los años noventa, cuando surgió La Colección Jumex. Aunado a la apertura de un espacio para exponer su colección en 2001, la Jumex empezó a apoyar a jóvenes artistas junto con proyectos, otros espacios y curadores. A la vez que la iniciativa privada, el gobierno de Vicente Fox incentivó la difusión y producción de arte y de cultura más que los sexenios Priístas que le precedieron. El modelo de administración de la cultura que comenzó a implementarse con el Foxismo, comprende a la cultura como una máquina de crear símbolos para elucidar las preguntas colectivamente, ¿qué pasa en nuestro entorno? ¿cuál es la interpretación de nuestro contexto?
Las políticas de gestión cultural se basan en prescripciones de la UNESCO, la cual dictamina que la cultura tiene un papel clave en el desarrollo económico y social de los países ya que genera empleos, atrae inversiones y genera ingresos con las industrias creativas y culturales. Bajo este modelo, la cultura es cuestión prioritaria por razones creativas, educativas, económicas y políticas e implica democratizar el acceso a los bienes culturales (reforzando los canales de difusión), fomentar la creación y capacitar profesionales en los campos de la cultura y de la comunicación.[1]
Más allá de la filantropía corporativa y del subsidio estatal para la aplicación del modelo globalizado de “gestión cultural”, con Felipe Calderón se consolidó un nuevo modelo que consiste en “dejar de pensar en términos de administración de la cultura y asumir una política pública, inscrita en el debate de la reforma de estado”.[2] La “política pública” de cultura de Calderón implica, según el especialista en economía cultural, Carlos Lara González, elaborar un nuevo “pacto sociocultural entre Estado, mercado y sociedad civil que garantice, no sólo la armonía entre la democracia y la diversidad cultural, sino un entendimiento pleno entre lo político, lo económico, lo jurídico y lo institucional”[3]. Para Lara González, el modelo de gestión cultural de Calderón busca recuperar el liderazgo que tuvo México en las políticas culturales antaño a nivel global. De igual manera, intenta insertar la “diversidad cultural” en la dinámica de los campos político, económico y social, planteando a la cultura como un elemento de unidad nacional. La relación entre cultura y política establecido por este modelo de gestión cultural comprende a la cultura como “derecho humano” para garantizar la armonía democrática por medio de la diversidad cultural. La “libertad de expresión cultural”, sirve además, para subrayar las libertades individuales en los regimenes de democracia participativa, que por principio, se oponen a los regimenes represivos (totalitarios y fascistas) del siglo XX. Al contrario que en los regimenes represivos, bajo las democracias, se tiene amplia “libertad cultural” para poder elegir una identidad propia y expresarse respetando a los demás para vivir una vida plena. Dentro de este esquema, el antagonismo y la protesta son evidencia de la libre expresión, lo que confirma que la libertad de expresión es respetada, y que se puede lograr consenso (unidad nacional) por medio del diálogo entre individuos y comunidades.
De esta manera, el arte contemporáneo juega un papel político en México sin tener injerencia ni roce con los procesos sociales reales, sin siquiera murmurar lo que está en juego en un momento tan complejo como el que vive México hoy. Hay que tomar en cuenta también que el incremento de los incentivos culturales ha ido de la mano con la crisis en la educación pública, ya que mientras más se ha invertido en cultura, el presupuesto para la educación ha sido reducido dramáticamente. Este desequilibrio constituye una rama más del aparato neoliberal de control y de exclusión, impartido por la cultura y propiciada por la falta de posibilidades de educación respectivamente. Desde este punto de vista, la afirmación de Medina de que el arte está “políticamente informado” y que por ello juega un papel político en la sociedad, equivale a la apología que hace Jorge G. Castañeda de la reciente emergencia en México de una sociedad mayoritariamente de clase media, fruto de una economía abierta y de la democracia representativa.[4]
En la misma entrevista para Art21Blog, Cuauhtémoc Medina descarta al Comité Invisible de Jaltenco por centrar su crítica al arte y a la cultura en la ideología neoliberal que les subyace. A riesgo de ensayar el mismo argumento una y otra vez, sigo la intuición de teóricos como Jonathan Nitzan y Bichler Shimson, Jodi Dean, Slavoj Zizek, Franco Berardi, para quienes efectivamente, el neoliberalismo es la ideología del libre mercado la cual afecta todos los aspectos de nuestras vidas, privadas y colectivas. Argumentamos que la supuesta relevancia política de la cultura en la sociedad defendida por Medina, no es más que el resultado de la política cultural del calderonato, la cual aplica el esquema neoliberal de cultura recomendado por la UNESCO, dentro del cual la cultura es un “derecho humano” inalienable sujeto a los intereses del libre mercado, sitio de antagonismo social y signo de una democracia saludable.
Discutiblemente, el neoliberalismo implica la muerte de los “intelectuales públicos”. Escritores, artistas, museos y curadores están hoy en día sujetos a intereses y demandas del Estado, del mercado y de los patronos. El mejor ejemplo de la colusión de estas tres entidades y su injerencia en la cultura es ejemplificada por la constitución de un patronato del MUAC. Sus miembros son miembros de la elite industrial y corporativa de México y su “invitada especial”, Lulú Creel, es la representante de la casa de subastas Sortherby’s en México. El papel del patronato es aportar recursos para suplementar al presupuesto de la Universidad para realizar exposiciones y adquisiciones. Ellos deciden en qué proyectos que les proponga el museo participar, aunque supuestamente, las exposiciones las decida un “comité académico”. De allí que otra de las afirmaciones de Medina en la entrevista, que los museos son el sitio propicio para crear un espacio de crítica del arte, es altamente sospechosa.

Miembros del Patronato del MUAC, septiembre 2012

Dentro de este panorama, la llamada “politización” del arte contemporáneo implica la libertad de expresión individual y la libertad del espectador de consumir información u opinión. Esta libertades son abstracciones vacuas si la gente no logra actuar, si no hay lucha colectiva, si la sociedad sigue siendo incapaz de cuestionarse a si misma, de liberarse de los estrechos valores del poder corporativo y del fundamentalismo de mercado. El resultado de la “gestión cultural” es que el  trabajo intelectual carece de claridad visionaria y de interés pedagógico. El lenguaje complejo y el pensamiento crítico están siendo asediados por las fuerzas democráticas. Los filisteos están en el poder y aunque subsidien la cultura (Carlos Slim es un un ejemplo de filántropo filisteo), el arte contemporáneo “politizado” es un sustituto del compromiso político de la sociedad: como esfera aparte, se ha convertido en una caricatura de crítica y de los procesos políticos reales.



[1] Alfons Martinell, “La gestión cultural en la universidad” en Práctica artística y políticas culturales: algunas propuestas desde la universidad,  coordinada por José A. Sánchez y José A. Gómez (Universidad de Murcia, 2003) disponible en red: http://www.um.es/campusdigital/Libros/textoCompleto/poliCultural/08Martinell.pdf

[2] Carlos Lara González, “Un año de gestión cultural y perspectivas para el desarrollo de la política cultural del sexenio” disponible en red: http://www.fundacionpreciado.org.mx/biencomun/bc153/c_lara.pdf

[3] Un año de gestión cultural y perspectivas para el desarrollo de la política cultural del sexenio” disponible en red: http://www.fundacionpreciado.org.mx/biencomun/bc153/c_lara.pdf

[4] Jorge G. Castañeda, Mañana o pasado: el misterio de los mexicanos (México: Aguilar, 2011)

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